El 4 de octubre de 1957 tenía lugar el lanzamiento del Sputnik 1, el primer satélite artificial puesto en órbita en la historia por la Unión Soviética. A partir de ese momento se dio comienzo a la frenética carrera espacial, en la que las principales potencias económicas del mundo pugnan por colonizar el espacio exterior al planeta Tierra.
Pero con esa hazaña tecnológica no solo se iniciaba la conquista del espacio. Como daño colateral de esta competición —otro de tantos— comenzaba también la exportación de nuestra basura más allá de los límites físicos del planeta. Unas décadas después, la órbita terrestre se encuentra poblada por toda una red de miles de satélites artificiales que realizan tareas tan importantes como posibilitar el control y estudio del comportamiento atmosférico y de la climatología; hacer posibles las telecomunicaciones; o dar servicios de geoposicionamiento, localización y navegación. Unas tecnologías ciertamente útiles y necesarias, pero que contribuyen a su vez a agrandar la nube de desechos espaciales que giran alrededor del planeta, toda vez que estos aparatos terminan de cumplir las misiones para las que fueron diseñados.
En los primeros días de esta carrera espacial se esperaba que todos estos desechos y residuos espaciales se precipitaran en algún momento de vuelta a la Tierra, y que la atmósfera terrestre se ocuparía de su desintegración. Pero esto no siempre ocurre. De hecho, el 80 % de los artefactos que se han lanzado hasta las órbitas más bajas que rodean la Tierra aún siguen dando vueltas, suponiendo un auténtico problema tanto para las futuras misiones espaciales, como para los satélites activos, como para el propio planeta.
Por todo ello, hoy nos proponemos descubrir qué es esta basura espacial y que pasa con ella una vez que queda abandonada a la deriva. También veremos qué peligros puede acarrear su existencia e intentaremos dar una imagen de la dimensión de este problema a través de las cifras. Por último, veremos qué tipo de medidas se están comenzando a tomar para mitigar los efectos negativos de la basura espacial.
La basura espacial son todo tipo de objetos y restos de materiales abandonados en el espacio, que generalmente quedan dando vueltas en la órbita terrestre a diferentes niveles de altitud. Son, por tanto, materiales sacados del planeta y puestos en órbita por la mano del hombre, en el contexto de operaciones espaciales como el lanzamiento de aeronaves y sondas, la construcción de estaciones internacionales o el lanzamiento de satélites artificiales. Estos desechos espaciales pueden tener diferentes tamaños, desde los pocos milímetros de un pequeño tornillo hasta las varias toneladas que representa un módulo de un estación espacial o un satélite. Pero más allá de su tamaño, el problema más grande que presentan estos fragmentos de basura espacial es la gran velocidad a la que se desplazan una vez que quedan abandonados dando vueltas a la Tierra. Una velocidad que varía en función de la amplitud que describe la órbita de cada cuerpo en cuestión, pero que generalmente multiplica varias veces los 11 070 km/h de la órbita geoestacionaria. Así, estos fragmentos de piezas de naves y satélites en desuso se convierten en auténticos proyectiles que representan un peligro gravísimo en un potencial impacto contra naves o satélites activos, pudiendo dañar su blindaje.
Desde que se iniciara la problemática de la basura espacial en 1957, el crecimiento en el número de partículas que se encuentran orbitando el planeta a gran velocidad y sin control ha ido creciendo de forma exponencial. Algo que se agravará más aún en el futuro, según las previsiones de los expertos, debido a que cuantos más desechos hay, más fácil resulta que estos choquen entre sí dando lugar a nuevos fragmentos más pequeños. Esto es lo que se conocería como el síndrome de Kessler.
Para que nos hagamos una idea de la dimensión del problema de la basura espacial, nada mejor que atender a la fría objetividad de los números:
Como decimos, el crecimiento exponencial en el número de fragmentos de basura espacial en órbita debido al síndrome Kessler, así como la masificación de nuevos enjambres de satélites lanzados por empresas privadas que está planificada para las próximas décadas, no harán sino agravar el problema de la basura espacial. Un problema que representa todo un conjunto de peligros para las futuras misiones espaciales, tanto tripuladas como no tripuladas, así como para el lanzamiento de nuevos satélites y para el planeta.
Entre algunos de esos peligros y riesgos potenciales que plantea la basura espacial podemos destacar los siguientes:
Ante la necesidad de prevención para atajar el problema de la basura espacial, en 1993 se comienza a trabajar en la creación de un comité internacional anti desechos espaciales, el Inter-Agency Space Debris Coordination Commitee
Por su parte, la Asamblea General ONU aprobó en 2007 un conjunto de medidas para mitigar la peligrosidad del problema. Y la Agencia Espacial Europea, la NASA e incluso ciertas empresas privadas tienen sus propios planes para atajar el reto que plantea la proliferación de la basura espacial.
Las principales propuestas hablan de la necesidad de dejar de producir nuevos residuos espaciales. Pero también se barajan posibles soluciones de cara a neutralizar los efectos negativos de los que ya están actualmente en órbita.
Más allá de estas posibles soluciones al problema de la basura espacial, lo cierto es que esta nueva problemática derivada de las actividades humanas debería, cuando menos, hacernos reflexionar acerca de nuestra influencia como especie sobre el planeta y también sobre el resto del espacio. Que sirva al menos como toque de atención que nos haga replantearnos sobre la huella y el impacto ambiental que conllevan nuestras acciones, de cara a modificar nuestros estilos de vida hacia un modelo sostenible. Y es que si no lo hacemos, de poco nos servirán todos esos satélites y todas esas naves espaciales que lanzamos al infinito.
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